miércoles, 28 de noviembre de 2012

MEDITACIONES SOBRE UN PASEO EN SILENCIO.-


El día está gris, sin sombra. La humedad que la niebla ha dejado esta noche en los caminos es fría y se nota en los pies. El silencio,  solo lo rompe el monótono andar mío que, poco a poco, sin prisas, cansino, va avanzando buscando… ¿Buscando qué? No hallo la respuesta; quizás algo que se que en la soledad del paseo no voy a encontrar; quizás tampoco fuera de ella; en el bullicio de la gran ciudad seguro que no.




La alfombra que el otoño ha preparado para mis pies varía en su calidad. En unos lugares su grosor hace que mis pisadas se escondan en un submundo desconocido de umbrías perennes, donde los mirlos buscan afanosamente, fuera de tu alcance, algún gustoso bocado que llevarse con su pico. En otros, son solo madejillas sueltas o incluso matices de pequeñas lanas descoloridas que decoran los rincones del camino. 





Un dosel cubre el cielo gris de multitud de colores de oro como si quisieran los arboles decirle a las nubes que, a falta de sol, ellas son capaces de crearlo sin su ayuda. Relucen maravillosas las hojas de las acacias con sus bayas de simientes preparadas a caer en cuanto los suelos estén preparados para ellas. Los castaños que no quieren ser menos entonan cánticos coloridos que van de su verde maravilloso a un marrón cerrado, casi sucio, pasando por tonos amarillentos y fugaces. Y entre ellos, descuidado en mitad de esta foresta, como si una mano invisible lo hubiese allí dejado caer, aparece con su rojizo plumaje un ciruelo o un arce, dispuesto también a aportar sus colores y sus tonos al arco iris de los arboles.






Guerra de luces y colores entre arriba y abajo. Arriba hoy se ha confundido y su monotonía gris, plana, le ha restado importancia. Las tardes de sol surcadas de altas y majestuosas torres que indican el poder de los cielos, están hoy convertidas en una sucia alfombra celeste que nos priva de su maravillosa transparencia.





Abajo, parecen gritar, con todo el poder de sus pinceles, que quieren seguir existiendo, que el sueño que comienza a apoderarse de ellos no es más que una droga que alguien malvado les ha vuelto a lanzar. Y en el comienzo de este sueño, alucinógeno por el paso del tiempo, las visiones y la imaginación se convierten en una guerra de colores. 






A  cada paso, a cada beso de un pequeño golpe de aire, una fina lluvia de hojas vuelve a bajar imitando a la lluvia de los cielos suavemente, dulcemente, como una nevada de grandes copos multicolores. Miro hacia atrás, es bueno hacerlo de vez en cuando, y compruebo que el camino ha cambiado de aspecto. La nevada de colores amarillos ha dejado, como si de un arroyo manso se tratara, un remanso de color encima de la hierba del prado que a su costado está. Y hacia adelante, allá en la lejanía, bajo un olmo vuelve a suceder lo mismo.





No me doy cuenta, pero el tiempo va pasando; maldito tiempo; he de retomar el camino de vuelta. La duda es cual tomar.  Los caminos pueden ser trampas donde perderse o donde gozar. La elección en este caso depende de mi mismo. Y como me gusta llevar la contraria voy a girar en el sentido contrario a las agujas de reloj que me conducirá a lugares de cristal que quieren dejar pasar todo a través de ellos.





Los cipreses de los pantanos, erguidos en mitad del estanque, están preparando también su invierno. Coquetos se miran en el espejo de las aguas y en el de los cristales del palacio. Y ambos, coquetos también, los toman como si de trenzas de su cabellera fuesen. 
Aquí el silencio es roto por los sones de un trompetista que, con pasodobles, rompe el silencio del parque buscando una propina que le ayude a subsistir.





Roto el embrujo del silencio que me acompañaba, busco un lugar de paz y tranquilidad, algo mas cálido que las márgenes del estanque y allí al fondo, a los pies de la loma del palacio, el rincón de los mayores me llama con su voz silenciosa, con un murmullo de vista y de mesitas de ajedrez dispuestas al libre albedrío de la estación de turno, buscando el sol o la sombra. Y en una de ellas, un mayor, enfundado en su chaqueta de pana, con su gorra en la cabeza, está escribiendo sobre una de las mesas. Le observo durante un rato y observo el entorno que le rodea. Me doy cuenta que el lugar es el idóneo para escribir. Las hojas de múltiples colores verde-amarillos de los arboles de alrededor son perfectas para la inspiración poética, no tanto para escribir unas memorias. Luego debe ser un poeta…  ¡Ah,  la mente como imagina! Pero no quiero salir de mi error. Dejémosle que sus dedos conduzcan su pluma buscando la rima y que esta forme unas estrofas maravillosas a la vida discurrida. 




 


Su intimidad y sus letras son solo suyas. Si alguna vez lo quiere, las lanzara al viento a ver si germinan en alguna mente que desee compartirlas. Quizás estuviese escribiendo unas memorias que deja para sus hijos, quizás cartas a una amante muerta, quizás un cuento para un nieto, quizás…
Dejemos al viejo de la chaqueta con sus letras y sus pensamientos de antaño y volvamos a nuestro paseo silencioso, solitario y encontremos de nuevo el silencio, solo roto por los pasos al pisar las hojas de la alfombra.
Volvemos a andar y el sonido de la trompeta se va perdiendo entre las hojas…
Vuelve el silencio en un suave murmullo de viento que me acompaña. A lo lejos una pareja cruza un camino; más al fondo, mucho más al fondo, en la lejanía de la perspectiva que forman los arboles del camino, otra figura silenciosa pasea sola; soledad del caminante que se sabe acompañado por el silencio de sus pensamientos.






Allá al fondo una reja y unas piedras blancas me indican que el paseo se acaba. El silencio se rompe y el ruido, al que hemos  desterrado normalmente de nuestra mente  por costumbre de oírlo, vuelve de nuevo. Se ha roto la magia del silencio y del color. El asfalto y el ladrillo me indican que debo volver a la realidad cotidiana; y que el viejo, el árbol, la hoja, el color y la alfombra quedan como un magnífico recuerdo del paseo de hoy; un paseo tranquilo, silencioso, bello...

--o0o--


Espero  os haya gustado.
Sed felices.
Hasta pronto.
Antonio

1 comentario:

  1. Los colores del otoño no necesitan sombras, menos si eres tú quién los captas. Precioso.

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