domingo, 3 de noviembre de 2013

ENVIDIA DEL POETA...

En este maravilloso entorno di ayer el paseo matinal, buscando poder escribir algo de poesía con mis fotos y el canto de colores de una pequeña planta.


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¡Ah! Como envidio al poeta que sabe plasmar en tres pequeñas frases todo el amarillo de un árbol en otoño o el verdor de un prado; trasmitir el amor a algo o a alguien con frases que a veces entonan un cántico rimado o en estrofas continuadas de una prosa que raya la perfección poética.
Y envidio, como no, al pintor que con dos trazos saben plasmar sobre un lienzo, o un trozo de papel, todo aquello que ven sus ojos y que su corazón siente.
Pero a mi envidia, que es una envidia sana, le gusta regocijarse en la perfección de los demás. Muchas veces he pensado, en esos paseos en soledad de a uno por los prados serranos o junto a las masas rocosas del Sistema Central, que Louis Daguerre, el inventor de las primeras fotografías, los daguerrotipos, debía ser un mal dibujante y buscó la forma de poder expresar todo aquello que veía en la química y la óptica.
Y eso intento yo, transmitir con mis modernos daguerrotipos aquello que mis manos no saben dibujar y que mis letras no saben transcribir, traducir, de lo natural a lo teórico y pedagógico.
Os dejo con las fotos del paseo de ayer. Otoño castizo que puede pasar de uno a otro arco iris tras cada recodo del camino, y del frío al calor en un instante. Otoño serrano en los prados y las vallas.
No descubro nada, solo muestro aquello que me gusta.
El fin del principio, eso es el otoño, la preparación al principio de todo lo que nos rodea, no es muerte, no, es sueño hacia la vida.
 
 
 
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La luz y el color son parte del juego de la naturaleza en otoño. Combina tonos y sombras en busca de contrastes que hacen saltar a los sentidos en el interior de uno. Quizás el otoño sea más intenso que la primavera en la trasmisión de sentimientos, menos romantico, mas durarero.
 
 
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La desnudez de unos y el follaje de otros, en coincidentes instantes, consiguen crear sensaciones contradictorias de plenitud y soledad. No es la monotonía del invierno donde todo es uniforme en el color y en el tono; no, es la paleta del pintor transmitiendo, en pinceladas de trazos exquisitos, todo el sentimiento de la naturaleza que se duerme.
 
 
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La parra ha dejado pasar la luz. Como una lámpara con su pantalla deja pasar la luz de la bombilla, así esta hoja deja que la luz del sol la atraviese creando a su alrededor un entorno cálido de distintos tonos que no son las luces blancas y perfectas del verano.
Aquí se acabó el paseo. Unas uvas en sus racimos olvidadas y una parra descuidada que nos regala su fruto añejo y dulce. ¿Se puede pedir más?
Sed felices.
Antonio

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