miércoles, 13 de noviembre de 2013

PENSAMIENTOS DE UN FILOSOFO DEL LADRILLO: Paseando junto a la valla.-

 
Esta mañana he salido a pasear por el camino, junto a la valla de piedra que me guía, junto al sendero, y me prohíbe a su vez adentrarme en sus dominios. Me recuerda en algo a la vida cotidiana de las leyes y las prohibiciones. "te guío, pero me obedeces."
 
 
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El sendero se aparta del camino, como si quisiera buscar una soledad que ya existe a su alrededor. Ni un alma transita por el paraje. Soledad total.
 
 
 
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Voy  dejando camino atrás aunque realmente eso ya no es camino, era. Paso a paso, avanzo lentamente. Me gusta fijarme en el entorno que me envuelve como si de un gran capote se tratase. Los fresnos, con sus  ramas a medio vestir, festejan el poco aire con movimientos lentos y perezosos de sus ramas. Alucino con los contrastes. Mi espíritu comienza a sosegarse...
 
 
 
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Otro arroyo corre ahora paralelo al camino. Una alfombra de pardos colores lo cubre. A mi me cubre en este momento el bosque. Me llena, me satisface sus sonido, sonido del silencio solo roto por el lejano relinchar de un caballo y por el suave murmullo del aire. Mira mi mente hacia atrás y la gran ciudad me viene al encuentro... Me niego a soportarla en este momento. Respiro hondo; abro de nuevo los ojos y me empapo de la serenidad del campo. Sigo mi camino.
 
 
 
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Como cuando el alma descubre plenitud en los sentidos, así la valla de vez en cuando se abre para que el bosque se transforme en pradera. La luz y las sombras se conjugan en uno solo;  el color se alía con ellos.
Los ojos recorren lentamente el prado, empapandose de cada uno de los pequeños detalles que en el existen; la mente se relaja y los recuerdos comienzan a aflorar. Recuerdos de paseos contigo vuelven poco a poco. Sentimientos que están ahí, que salen de dentro como si de un despertar repentino se tratase... Y todo porque de repente el bosque se ha convertido en suave pradera. Pradera deberían ser entonces todos los rincones que mis ojos mirasen...
 
 
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Las zarzas acosan  la valla. Cubren con sus rasposos brazos las piedras tan bien engarzadas como si de una alambrada de espino se tratase, protegiendo  su trinchera. Lo que hasta hace un momento era orden se ha convertido en un intrincado paso entre espinas.  La vida es un poco el sendero junto a la valla: praderas y zarzas entremezclados.
 
 
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¿Donde estoy? Y tu: ¿Donde estas? Quizás al otro lado de la valla, en el reino a mi  prohibido. Protegida por una coraza de piedra que no te deja percatarte de mi presencia. Quizás me huyes, no lo se, como mi sombra: junto a mi pero siempre imposible de atrapar. Hay un muro infranqueable en todo: tu allí y yo al otro lado sin que ninguno de los dos podamos traspasarlo.
 
 
 
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Guardo mis pensamientos y me concentro de nuevo en el sendero. Los rincones del bosque de fresnos están llenos de sorpresas. Una hiedra, que ya lleva años chupando del árbol, se encarama hacia sus altas ramas buscando la luz. Plantas bajas arbustibas hacen de calzado del bosque y entre ellas un sin fin de pequeños animales.
 
 
 
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Tiñe de ocres el paisaje el robledal. Pocos robles, pero todos apretados en una estrecha franja luchan con los fresnos por el dominio de un terreno que a estas alturas es de ambos, pero que no pueden compartir juntos.Algo me recuerda en eso el bosque al hombre ¿Será la guerra ?
La valla de piedra sigue imparable su recorrido.Es una cinta sin fin que nunca para. Quizás un portón la  detiene y hunde en el suelo, pero unos metros mas adelante resurge: constancia de alguien que marco en su momento su territorio y que hoy haría con unos postes de hormigón y una hiriente malla metálica.
 
 
 
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Otro rincón mas para poder recordarte a ti. Se abre de nuevo el bosque y se abren mis pensamientos. Mas tristeza que alegría en este momento. Pero tu recuerdo me reconforta, aunque estés inalcanzable al otro lado de la valla. Paseo en solitario con tu sombra del recuerdo a mi lado y pensaba que estaba solo. Tonto de mi; soledad es cuando ni siquiera se pueden tener recuerdos y yo los tengo tuyos.
 
 
 
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Se acaba el paseo. Hay que volver a la ciudad y sus intransigentes momentos de ruidos, prisas y malos olores. Tiemblo solo de pensar en aparcar el coche cuando aquí todo, sin ser mío, me pertenece. Estoy solo en el camino, junto a la valla interminable de piedra, y por un momento he tenido la suerte de escuchar el silencio. Si escuchar el maravilloso sonido del silencio del bosque ¿No lo habéis oído? Escaparos un día a su soledad y podréis percibirlo.
 

 
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Es bueno dejar discurrir la mente tranquila, que diga lo que siente: al fin y al cabo ¿No es la vida, sentimiento?
Había que aprovechar un momento y ya esta hecho.
Sed felices.
Antonio

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