viernes, 14 de febrero de 2014

EN LO ALTO DE LOS ARBOLES.-

 
ENSEÑANDOLE LOS ARBOLES A MI MADRE


 
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El jardín de casa de mi madre es un jardín de tierra. De tierra sin césped porque siempre le ha gustado tenerlo así.
 
 
 
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Rodeado de arboles por todas partes. De plátanos, castaños y algún que otro frutal que, escondidos entre las ramas de los demás, son incapaces de producir algún buen fruto; a ella le da igual, disfruta con ellos.
 
 
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Cuando en verano sale a comer bajo el abeto que se salvo de la muerte en una Navidad, siempre me pregunta cuantos membrillos tiene el árbol y si son gordos. La verdad es que el membrillero produce pocos membrillos y pequeños por lo que tiene que comprar para hacernos el dulce.
 
 
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En los castaños y los álamos de atrás existen distintos nidos y ella lo sabe.
 
 
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Allí están los pequeños búhos, los otos, que todos los veranos marcan su existencia con los cantos de amor tristes, el pájaro carpintero que de vez en cuando deja oír sus martilleos en la corteza en busca de su alimento , los mirlos que en la época en que los lauros tienen fruto se ceban con ellos;
 
 
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y como no los gorriones que están por todas partes. Incluso un par de tórtolas que anidan en un abeto al otro lado de la calle vienen al jardín y un precioso halcón gris plateado se posa de vez en cuando, muy de vez en cuando, en alguna de las ramas esperando que llegue su comida. (Nunca he podido fotografiarlo)
 
 
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Y estas fotos que estáis viendo, las hice ayer, pues a mi madre le cuesta muchísimo andar, para que viese como están sus árboles; si, porque mi madre con sus noventa y cinco años, tiene las articulaciones fatal y teme al frio. Su mundo se reduce en estos momentos a la planta baja de su casa y a la luz que entra por las dos ventanas donde ella hace su vida. Desde ellas divisa parte de esos árboles que ha visto crecer a lo largo de muchos años.
 
 
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Su cabeza, una cabeza increíblemente fantástica, esta perfecta. Aun ayudándose de una lupa hace sudokus. Los crucigramas no puede pues no ve bien las letras de las preguntas. Pero si subo la tableta disfruta como nadie jugando al solitario; le encanta hacer solitarios, a mi me enseño un montón de ellos.
 
 
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Al ver estas fotos en la pequeña pantalla de la máquina de fotografiar, haciendo con su mano una especie de anteojo para ver mejor, solo ha comentado: “casi son tan viejos como yo”
 
 
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Su voluntad de hierro la hace sobreponerse a todo, incluso al dolor; sigue viva, más viva que muchos más jóvenes que ella…
¡Claro, ahora caigo! Mi madre es fuerte como esos árboles.
 
 
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Quizás no tendría que haber colocado este texto en esta entrada, pero me ha apetecido.
Sed felices.
Antonio

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