martes, 24 de febrero de 2015

Casi verdes, casi secas... casi enfocadas.

Cuando salgo al campo a pasear y captar imágenes con mis cámaras, intento fotografiar todo aquello que pueda tener un cierto significado para mí, ya sea por belleza, originalidad, tamaño, movimiento, etc.


Y dentro de todo ese baremo, existen muchísimos elementos de la naturaleza que, ya sea por pequeños, por dañinos, por hirientes o cualquier otra razón, se quedan de lado en nuestras observaciones.




Quizás sea, porque salimos muchas veces al campo con la idea de que vamos a un jardín botánico a lo bestia. Y es cierto, nuestros campos son un inmenso jardín botánico con la diferencia que las plantas no están colocadas por la mano del hombre, si no por la Naturaleza.


Estamos en un día de mediados del mes de agosto. Las hierbas altas en las praderas amarillean de una forma increíble y en sus cabezas las espigas pesan ya lo suficiente como para comenzar a doblar las cabezas.



Junto a ellas otras plantas están verdes y amarillas; secas y llenas de vida. Florecen, como si un último halo de vida quedase en ellas, mientras dejan caer las semillas de otras flores ya secas.


No son rosas, no. Son pequeñas flores, humildes flores del campo que muchas veces ni siquiera miramos. Todo son o han sido flores. Incluso los cardos mueren después de haber florecido.


Pequeñas muestras que crecen a nuestro alrededor. ¿Por qué me gustan tanto?
Quizás sea porque, en el fondo, yo también estoy floreciendo y secándome a la vez.
Sed felices.
Antonio

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