viernes, 22 de julio de 2016

Una puesta de sol, otro día mas, otro instante que ha pasado...

Parece mentira como pasan los años, como cada día se convierte en una sucesión de minutos desbocados, imposibles de parar incluso para el propio reloj.


Te levantas, haces cuatro cosas y cuando te quieres dar cuenta estas presenciando otra puesta de sol, que a su vez corre rauda hacia la noche.


Ayer, estaba tranquilamente en el prado observando otra puesta de sol. Una sencilla y tranquila puesta de sol y nuevamente estaba solo mirando, disfrutando. Alguno me dirá: que suerte poder observar algo así sin que nadie te moleste o interrumpa las emociones que la naturaleza te regala… Pero lo cierto es que es una tristeza estar como un poste en el campo sin nadie que te acompañe, que te siga en tus aficiones y que sepa disfrutar contigo de ese momento maravilloso.

Cuando llegué, el sol colgaba aun por encima de los montes Escurialenses y era difícil mirar en su dirección. Cuatro nubes perdidas daban la sensación que aquello iba a ser aburrido y feo, pero, como mas de una vez me he llevado sorpresas, decidí esperar un rato a que el sol se pusiera.


Y pensé en el sol. Una masa ingente de hidrógeno transformándose poco a poco en helio dándonos con ello su luz y su calor. Una bola inmensa que, a base de quemar infinidad de reacciones atómicas cada instante, es capaz de crear momentos espectaculares.


Y el hidrogeno está también presente en esas nubes que comienzan a colorearse, a teñirse de luz de infinidad de colores. Unas rojas, otras blancas, otras de oro… Y todo porque el sol está quemando su hidrogeno, y que siga mucho tiempo igual.


La masa de hidrógeno incandescente ya se ha acostado. Sus rayos no molestan a los ojos. Ha llegado el momento de poder presenciar el espectáculo sin tapujos, sin escozores en los ojos.


Un cielo completamente amarillo ha quedado como recuerdo del sol y de una nube de polvo que despego en el Sahara y que ahora nos está cubriendo a nosotros. El espectáculo, un sencillo espectáculo, está servido: comienza la última función del día.


Y en medio de esa soledad en el límite, allí donde el hombre ya no se adentra porque prefiere el resguardo del ladrillo y la presencia instructiva de la televisión, ahí, Soledad, sigo pensando en ti, puesta de sol tras puesta de sol, como aquella primera vez. En aquella puesta de sol hubo sentimiento… ahora solo hay soledad en minúscula.


Ha pasado el momento, otra puesta de sol; otro día. Uno mas. Sencilla, casi tierna, se despide con un delicioso velo de nubes finas y suaves. Parece como si quisiera rodearse con una gasa.


El horizonte se apaga, como se va apagando todo poco a poco. Un día más, un instante mas…
Sed felices.

Antonio

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