lunes, 23 de enero de 2017

Sombras que me hacen pensar

Hace frío, pero el sol mantiene el cuerpo con una buena sensación térmica.
Estoy paseando por Madrid, junto a la piedra milenaria del templo de Debod.

Todo la gente que hay en esos momentos pasea, está pendiente de la puesta de sol, yo también, pero de vez en cuando giro la mirada hacia atrás, porque me parecen ver extraños movimientos en las piedras del templo.
Tengo la sensación que las sombras me persiguen, unas veces nítidas y otras borrosas, allá done voy. Unas veces son arboles que de repente se marcan en una fachada que debe estar la sombra delante de casa, pero no se sabe porque misterio, se ilumina y se adorna de ramas desnudas que desaparecen diez minutos después.
Otras, como las del templo de Debod, son seres animados que comparten en silencio nuestro mismo afán, incluso algunas sombras que debieron pasar a la Eternidad jóvenes, se funden en un cariñoso y apasionado beso.
¿No os lo creéis?

Mirad las fotos que he hecho en casa sobre una pared desnuda y las que hice en el templo de Debod. Luego me comentáis.

SOMBRAS:

El aire esta calmado delante de casa.
Un silencio sobrecogedor recorre los pasillos y parece querer salir por la ventana.
Hace fresco, no frío, y estoy solo. Un ligero murmullo parece venir del otro lado de la calle. Suena a aire entre hojas, muy suave, desde dos puntos distintos separados entre si bastantes metros.


Giro la cabeza hacia el ruido y tengo la sensación de que la sombra de dos árboles están en perfecto dialogo.
¿De que hablan, que dicen? Se oye el murmullo del aire entre las hojas pero los arboles están desnudos estos días, estamos en un crudo invierno. Entre árbol y árbol un sonido de guerra se recrudece. No son hojas lo que suena, son los silbidos de las balas de una terrible batalla: la de Brunete.
Miles de hombres murieron, miles de arboles cayeron también segados por bombas de todos los colores


Poco a poco, vuelve el silencio, la conversación ha durado diez minutos. En la pared ya no hay nada, esta gris. Parece que el silencio vuelve a entrar por la ventana y se asienta de nuevo en las habitaciones de casa. Ahora hay paz.

Un mutilado, fijaros que no tiene piernas, se calienta al sol de la tarde. 


Esta mirando fijamente a todos los que pasamos por delante sin inmutarse. Lleva siglos haciendo lo mismo, desde que se perdió en aquella batalla terrible entre moros y cristianos por la conquista de la ciudad. Se cubre del frio de la larga noche con un raido abrigo. Le observo; seguro que el a mi también. Sin saber cómo cuando me giro de nuevo ya no está. Supongo, claro, que no le gusta la luz de la luna.

Un dialogo mudo parece salir de las sombras de dos mujeres que charlan tranquilamente sentadas en la sombra del banco. 


Si, como cualquier cosa que muere, el banco también tiene su sombra eterna que utilizan el resto de las otras para descansar antes de desaparecer en la gélida noche donde pierden toda su identidad hasta el día siguiente.
Las dos mujeres estarán dialogando quizás de aquellas revueltas que en un día 2 de mayo se sucedieron a poca distancia de aquí. Los cañonazos se debían oír desde estas alturas y seguro que más de un disparo llego hasta la montaña e Príncipe Pio. Por supuesto que llegaron aquí los disparos; los franceses fusilaron a los sublevados de Madrid. ¿Quizás las dos mujeres…?

Una figura agachada parece buscar entre las grietas una abertura por la que penetrar entre las piedras. Su imagen es cada vez más difusa; los últimos rayos de sol se están apagando. 


Parece que el hombre busca el lugar donde refugiarse, mientras la mujer le anima a encontrarlo, como aquellas mujeres y hombres que corrían entre los arboles cercanos al viejo cuartel de la Montaña un 19 de julio de hace ya muchos años. Y muchos  quedaron tendido sobre este suelo ensangrentado. ¿Buscaran un lugar donde fundirse en uno antes de la larga noche de enero?

Otro banco, acoge sobre su asiento a tres personas que tranquilamente charlan sin prestar atención al mundo que les rodea.


¿Para qué? Sus minutos están contados. Saben que se irán diluyendo poco a poco sobre las piedras calientes del templo. ¡No les importa! Mañana, cuando el sol aparezca por el otro lado tendrán la oportunidad de lavarse en las aguas de la fuente y se divertirán jugando con alguna pelota que se le caiga a un niño, que no entenderá porque aquella no vuelve a su mano y queda danzando junto a la fuente. Y se secarán tumbándose sobre la piedra gris del borde del estanque.

Una pareja de enamorados se besa contra las piedras del contrafuerte del templo.


Es un beso frío, eterno, que todas las tardes aparecen en algunas de las piedras, como si la pareja a la puesta de sol comenzase a despedirse antes que las sombras se diluyan y mañana  comiencen de nuevo una nueva vida. Es un beso apasionado, helador, silencioso. Me sabe mal haberme girado en este instante y haber fotografiado un momento tan intimo y fugaz. Al sol le queda medio minuto para acostarse.
--o0o--

No, no estoy loco. Solo es cuestión de fijarse, de observar no solo lo que es natural, hay que mirar también lo que algún día podemos ser: sombras.
Sed felices.

Antonio 

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