sábado, 10 de marzo de 2018

¡Fiebre!


Atardece cuando estoy volviendo de la farmacia de comprar los aerosoles que me ayudan a respirar.
De repente, como esos soplos de aire que discurren en los días de calma, un ahogo repentino y fugaz me indica que algo no anda bien.
Me detengo un momento; respiro hondo; mentalmente me tranquilizo. El corazón se ha revolucionado algo, no mucho, pero lo siento.
Una fina lluvia cae, pero voy abrigado. Sigo andando; parece que mis bronquios han sufrido un ligero despiste y con la humedad del ambiente se han aturdido y cerrado por un instante.

Llueve al volver de la farmacia

Hasta casa me quedan doscientos metros, quizá algo menos. Ando tranquilamente con la bolsa de las medicinas colgando de la mano izquierda, y voy pensando en quien quiero, que deseo… cuando de repente ¡otro ahogo!  Eso ya no me gusta, pero no puedo correr, sería mucho peor.
Palpo mi bolsillo y allí está el aerosol de emergencia.
No lo dudo. Lo saco, como el que saca un revolver para defenderse, y sin pensarlo dos veces aprieto dos veces el imaginario gatillo y un fluido frio y gaseoso entra hacia mis pulmones mientras contengo la respiración.
Ando ahora muy despacio, La experiencia me lo ha enseñado y subo sin dificultad los seis peldaños del portal y entro en casa.
Parece que la química ha hecho funcionar a mis bronquios. Me tranquilizo.
Me siento ante el ordenador porque hace un montón de tiempo que quiero escribir a Soledad y no encuentro el momento ni la forma. Enciendo el ordenador. Miro el correo. Nada importante. Decido abrir el tratamiento de textos y ponerme a escribir.
Estoy respirando sin dificultad, pero noto que no estoy bien.
Son las siete de la tarde.
La tormenta comienza. Una sensación de frio me invade. Comienzan mis dientes, los que me quedan, a chocar unos contra otros. Sé que llega la fiebre; ahora entiendo esos ahogos. Algo no anda bien, Dejo pasar un rato, La tiritona va en aumento. Comienza a dolerme el cuerpo, no sé si por el gripazo que se avecina o porque el cuerpo regula el envío de oxigeno a sus elementos principales.
Cada vez tirito con más fuerza y cada vez veo a la Soledad mejor.
Me acerco al botiquín y me tomo una aspirina sin pensarlo.
Miro el reloj: las 8,30 de la tarde. Hace dos horas ya que empezaron los ahogos y vuelvo a palpar mi bolsillo, pero no cojo la pistola de la vida.
Intento escribir en el ordenador y los dedos recorren cada tecla sin hacerme caso. So..mme…dad, est…y pensa….fo en ti
Tengo que detenerme. No puedo seguir escribiendo; me pone más nervioso, me cuesta respirar. Noto que sube la fiebre y la fiebre me empuja a pensar en el mundo que me rodea.

Poemas amorosos y épicos se entrecruzan en mi mente...

Decido ponerme el termómetro. ¡Treinta y nueve y medio!
Pero de momento sigo respirando, me digo a mi mismo. ¡Puedo soñar! ¡Tengo fiebre, puedo soñar! Estoy empezando a delirar.
Mi mente divaga en un mundo que me gusta y las imágenes de Soledad se cruzan en el camino con multitud de rosas que me saludan y sobre ellas infinidad de insectos que acompañan. 
Poemas amorosos y épicos se entrecruzan en mi mente formando estrofas maravillosas sin sentido. Poetas antiguos y modernos combinan sus versos  en una sinfonía de rimas maravillosas de palabras para mi incomprensibles pero que me endulzan. 
Griegos, romanos, celtas y otra multitud de civilizaciones recorren delante mío los caminos sagrados de la historia.
Los grandes inventos se me presentan de repente, como juegos de científicos infantiles que han desarrollado juguetes misteriosos que no saben siquiera si van a poder dominar. Veo conjuntos de batas blancas a mi alrededor de personajes sonrientes que reciben premios imaginarios por labores conseguidas y que ofrecen al mundo en total gratuidad.

Los insectos me saludan...

Y a mayores que juegan en los parques junto a los niños. Disfrutan en esos espacios de las horas de sol en los fríos inviernos y de vez en cuando recogen una pelota que un niño les ofrece para que ellos también chuten en un imaginario campo de juego. Y veo un mundo feliz donde vida y muerte se dan la mano en una existencia conjunta y duradera sin temor y sin guerra.
Deliro en un mundo perfecto que viene a socorrerme, un mundo donde todos compartimos alegrías y no existe la tristeza, Cada rincón de ese mundo está limpio y a las puertas de cada vivienda una flor.

...en cada puerta una flor...

Y me doy cuenta que en las ciudades ya no hacen falta en las noches las farolas porque así podemos iluminarnos mirando al cielo y contemplar ese maravilloso otro mundo que nos rodea. Miles de estrellas se encienden como pequeñas luciérnagas y parecen saludarme. Algunas incluso centellean ante mi alegría por verlas. Meteoritos incandescentes pasan a cientos por mis ojos sin quemarme. Y gira el Universo alrededor de la tierra en una espiral de luz y fuegos artificiales maravillosa.

Una alfombra de flores...

Y una alfombra de flores se extiende por las aceras para que los pies anden desnudos sobre ellas. Y los perfumes de la naturaleza invaden las calles.
Y tú también apareces, Soledad, en la inmensidad de mi locura febril y te veo navegar en un mar encendido por el cielo, que refulge en mil colores jamás vistos, gritando ¡amor, amor!
Veo a mis padres jugar conmigo y mis hermanos como si la vida ni hubiese pasado y me doy cuenta de que soy feliz. ¡Viva la fiebre! pienso para mis adentros mientras, ya en la cama, la tiritona sigue adelante, como si aquello no fuera a tener fin. Y reconozco aquella bicicleta heredada de no sé qué antiguo pariente en la que aprendí a montar en una cuesta abajo.
Y sueño con despertar a tu lado y sentir tu pecho entre mis manos en una eterna caricia de cariño al despertar; pensando y sintiendo que fuera existe un mundo de total belleza, de inmensa belleza natural, sin maquillajes ni coloretes que la descompongan…

...de inmensa belleza natural...

Pasan por mi cabeza una ambulancia con las sirenas encendidas. ¡No, otra vez no! No quiero ir al hospital. Estoy sudando ¿de miedo? No lo sé. Son…no se qué hora es. Cojo de la mesilla el Ventolín y disparo de nuevo dos veces. Por si acaso.
Sigo soñando despierto. ¡Viva la fiebre! De repente todos los problemas y las angustias se convierten en banales circunstancias y frívolas preocupaciones. ¡La vida es más importante!
Son las cuatro de la madrugada. Un antibiótico entra por mi garganta y le sigue un fuerte calmante. Estoy despierto, No quiero apagar la luz. La miro constantemente como si fuese mi sol en ese momento.
Es una esfera en movimiento que orbita alrededor de mi cabeza, Calor desprende y su luz hiere las pupilas llenándolas de extraña felicidad. Me ilumina, me trae tus recuerdos y los momentos pasado juntos, Si los pasados contigo y con todos. 

Una esfera de luz...

Quisiera recuperar en esos instantes todos los momentos agradables vividos en mi vida y juntarles en un solo instante de felicidad.
Son las cinco de la madrugada. Parece que el calmante ha comenzado a realizar su función de bajar la fiebre. Pero el reloj me sigue pareciendo gigante, extraño.
Mi mente empieza a darse cuenta que lo vivido eran sueños aunque sigue medio inconsciente. Que Soledad no estaba a mi lado y que las flores en las puertas de las viviendas eran los cubos de la basura. 

...las flores en las puertas de las viviendas eran los cubos de la basura...

Las que cubrían las aceras de las ciudades se van convirtiendo poco a poco en suciedad olvidada en ellas. Y la lámpara que parecía un sol que me guiaba hora molesta mis ojos: pero sigo sin querer apagarla. Los juegos con mis padres se van difuminando y el cielo se apaga cada vez más en la ventana cerrada; el despertar, entrelazados, tendrá que esperar de nuevo y el mundo vuelve a convertirse en una desilusión de guerras y humillaciones de unos a otros.
Poco a poco, muy poco a poco, la fiebre va bajando.
Recuerdo más veraces me van llegando de nuevo: un beso, una parada de autobús, una maquina de fotografiar, Soledad, mis problemas, mis incertidumbres…

...el cielo se apaga cada vez mas...

Cierro los ojos.
Creo que son las seis de la mañana cuando me quedo dormido.
Al despertar, cansado y con el cuerpo dolorido, me acuerdo de mis sueños y pienso que a veces es buena la fiebre. Algo ha reaccionado mi mente después de ella: quizá locura, quizá deseo, quizá un bendito sueño de ilusiones.
Está claro que, si no hay fiebre, habrá que intentar soñar de nuevo con ilusiones que hagan factible concebir la vida como un instante maravilloso que debe vivirse a tope, sin hacer daño, sin perderse en intrigas y odios que no conducen a nada. En fin en soñar y convertir los sueños en realidades tangibles…

convertir los sueños en realidades tangibles...

¡Queda tanto por soñar!........
¡Queda tanto por hacer!.......
¡Queda tanto por amar!.......

--o0o--
Feliz sueño a todos, espero que para ello no os haga falta la fiebre.
Antonio

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